Imagínense que están en un avión
con todos los pasajeros dispuestos para despegar. Todo el mundo agazapado en
sus asientos, pero el aparato no se mueve. Ni siquiera las azafatas han representado
los juegos malabares para enseñar los métodos de evacuación al aire, porque es
sabido que nadie hace puñetero caso a este acto hasta que pasan cosas como lo
del Coloso en Llamas o la Aventura del Poseidón. Tampoco se ha obligado por
megafonía a apagar los móviles. El retraso es de diez minutos. El sobrecargo
avisa por megafonía “estamos esperando a un pasajero, el vuelo se retrasará”.
Decido encender el móvil de nuevo. Con estupor, leo en todas partes que se ha
declarado la República Catalana a las 16:44, un minuto atrás. El avión sigue
quieto. El pasajero no aparece. El sobrecargo vuelve a avisar “seguimos
esperando a un pasajero, el vuelo se retrasará diez minutos más”. Comienzo a
recordar lo que me ocurrió en el Puente de Diciembre de 2010 cuando mi vuelo a
Tenerife fue literalmente el último en salir de El Prat antes de declararse la
huelga de controladores que paralizó las vacaciones de media España. También me
acordé de dos semanas atrás, cuando el coitos interruptus de Puigdemont con su
no-declaración de independencia me cogió aparcando y apagué la radio justo antes
de que suspendiese la declaración. Estaba claro que el despegue hacia Bélgica
pendía de un hilo, y mientras me mentalizaba de que Hannut podía irse por el
desagüe, para distraer los nervios, me puse a tararear entera la Quinta
Sinfonía de Ludwig Van – que dirían los Nikis -, una de las piezas musicales
que extrañamente recuerdo casi como si fuese un Karajan de la vida. Finalmente,
con el Allegro del tercer movimiento entró en el avión el pasajero faltante,
que no sabía ni a dónde mirar, se escondió en su asiento, los motores rugieron
y el aeroplano despegó, dejando atrás la nueva república catalana, la nueva
Isla de La Fantasía en la que muchas familias irían a pasárselo en grande.
Respiré. Tres días lejos de esa vorágine valen más que cualquier balneario. Y
no todos los días se declara una república dentro de un avión.
Corramos un fundido hasta el sábado
al mediodía, ya en la ciudad de Hannut, la Shangri-La puzzlera, ese Horizonte
Perdido o el Paraíso en el cual durante veinticuatro horas el mundo deja de ser
un mundo loco y se transforma en otro más loco, desglosado en el más de millón
de piezas que encajarán los 124 equipos que disputan el Campeonato Europeo por
Equipos de Puzzles. He aquí que me hallaba en dirección el Carrefour en busca
de provisiones glucémicas para la noche con la expedición entera de los dos
equipos de la AEPUZZ (Asociación Española de Puzzles), y reconocí al instante
la figura del mastermind del World Puzzle Days, Günther Simetsberger. A escasos
metros de él, lo llamé por su nombre. Me miró como si hubiese visto un
fantasma, de los de sábana blanca, como el Balulún del Osito Misha o los cuatro
acosadores sexuales de Pac-Man. Horas más tarde, ya en plena competición, me
comentó: “Por Facebook esperaba que fueses más alto”. Lo que es sacarse fotos
siguiendo consejos de expertos en postureo.
En lo que se refiere al concurso
propiamente dicho, fue ganado por el Siberian Team, una especie de combo de
autómatas que parecían la selección rusa de fútbol de los años 80 entrenada por
Valeri Lobanovsky, una máquina de triturar rivales con Igor Belanov, Oleg
Protassov o Rinat Dasaev de estandartes. ¿Se acuerdan? Pues imagínense ese
mismo equipo – casi el Dinamo de Kiev – en versión puzzle, una cadena de
montaje perfecta, cuyos componentes seguramente conocían y habían montado ya
gran parte de los puzzles del concurso con anterioridad. Recordemos que es
habitual en los equipos rusos que algún patrocinador les surta con todas las
novedades del año y así puedan ensayarlas en casa para reducir en Hannut los
tiempos de montaje. Yo formaba parte del AEPUZZ A, con la siguiente alineación:
Jaxeline Blanco (Málaga)
Alejandro Darias (Santa Cruz de
Tenerife / Vulcano)
Susana Domínguez (Jerez de La
Frontera)
Alba Navarro (Manresa)
Javier Parra (Andorra)
Meritxell Quintana (Andorra)
Pilar Varela (Viladecans)
Y se montaron siete puzzles
completos y 1430 piezas de un octavo de 2000. Entre paréntesis, anotamos el
tiempo de montaje y la hora de finalización del mismo.
Puzzle nº 2, 1000 piezas, “Monigotada
histórica de Van Eesteren” (2h 17’ / Sábado 18:03)
Puzzle nº 3, 1000 piezas, “Muñeca
Adele” (1h 33’ / Sábado 19:36)
Puzzle nº 4, 1000 piezas, “Los
pájaros coloridos. El Loro Parque psicótico” (3h 13’ / Sábado 22:49)
Puzzle nº 5, 1000 piezas, “El
Coliseo romano” (2h 06’ / Domingo 00:55)
Puzzle nº 6, 1000 piezas, “Band of
thunder bis” (2h 43’ / Sábado 03:38)
Puzzle nº 7, 1500 piezas, “Monigotada
playera de Van Eesteren” (5h 36’ / Domingo 09:14)
Puzzle nº 8, 2000 piezas, “Papanoeles
esquizofrénicos” (1430 piezas / Domingo 15:00)
El primer puzzle se montó con
presteza, aunque las zonas negras del borde padecieron el efecto Educa. Había
piezas que parecía que encajaban en varios sitios a la vez. Pero empezamos
entre los quince primeros, lo que nos daba un buen impulso. El segundo puzzle
también fue bien, aunque la monigotada habitual del dibujante Van Eesteren
suele provocar que se tenga que montar gran parte del puzzle mirando la imagen
de la caja en una labor de picar piedra. Continuaron las cosas sobre ruedas con
el tercer puzzle de la muñeca Adele, muy divisible en zonas, coser y cantar
para cualquier puzzlero que se precie. Y entonces llegó el primer murazo del
torneo. Un puzzle repleto de pájaros, aves de carroña y papagayos que parecía
la concentración en 1000 piezas del famoso “Vida salvaje” de Educa. Los miles
de colores hacían imposible cualquier clasificación y el puzzle se tuvo que
montar a pelo con paciencia infinita. Momento ideal para desertar a por unas
albóndigas con salsa y una sopa de cebolla. Cuando parecía que quedaban
doscientas piezas, pues se hacía paradójicamente más complicado seguirlo, como
si el estar acabando el puzzle fuese un lastre más para finalizarlo.
Jocosamente comentaba durante el concurso que el momento más difícil de la
entrega de los proyectos de arquitectura es cuando mandas a imprimir todos los
planos a última hora y deseas que no salga ninguna cagada, o mejor aún, ni
miras lo que escupe el plotter y pliegas los planos mirando a Cuenca. El quinto
puzzle nos recuperó bastante, con el paraíso gatuno romano como protagonista,
el Coliseo, ese estadio que fue parcialmente rapiñado para construir otras
cositas por ahí en un claro alarde de concienciación ecologista y reutilización
de materiales. El sexto puzzle fue muy parecido a uno de la marca Ravensburger
que me tocó en el Concurso de Mora d’Ebre de 2015 – y que gané -, una banda de
caballos desbocada. La clave, solucionar el lío de patas y el fondo verde.
Viendo la cantidad de gente que gastó el comodín en ese puzzle, creo que se
finalizó con un muy buen tiempo a las tres y media de la madrugada.
Era obvio a esas alturas que el
Tourmalet o triada de los puzzles de 1500-2000-1500 sería nuestra meta, porque
nos quedaban poco más de once horas y en los puzzles grandes el coste de tiempo
por pieza se multiplica por tres o por cuatro. Otra monigotada de Van Eesteren
causó estragos y nos colocó a los albores del temido 2000 con los olores del
chocolate del desayuno. Estoy seguro de que si en vez de a Van Eesteren
utilizasen las historietas de Francisco Ibáñez para las imágenes, los españoles
seríamos campeones indiscutibles. Qué placer montar un 13 Rue del Percebe de 2000
piezas sin tener que buscar en la imagen los personajes, porque cualquiera que
se haya criado antes de la generación Millenial sabe quién es Don Hurón, Don
Sesén o el timador del ático. Después del puzzle de las dunas plagadas de
camellos y demás machanguitos producto de la imaginación de Van Eesteren, me
retiré a desayunar. Por el camino, me encontré a Günther Simetsberger, que
recordemos que dormía en su coche, como el protagonista de “El cielo se
equivocó”. Hablando de nuestras cosas, nos plantamos en el tenderete de venta
de vales para el restaurante…
ADM: “¿Me da
catorce tickets, por favor?”
Ticketero: “¿Voulez-vous sangría?”
Günther: “¿Sangría? ¿Qué dice este hombre? No entiendo
el idioma de esta gente.”
Ticketero: “Vous etes espagnols?”
ADM: “Yo soy español, español, español. ¿Cómo lo supo?”
Ticketero, señalando la camiseta de Spain Puzzle
Team: “La chemise!”
ADM: “Ostia, es verdad. Podría llevar la zamarra
del Real Madrid y haberme olvidado también.”
Günther, dándose la vuelta y ensañando su nombre
impreso en la camiseta: “Ich bin Österreicher!”
Después de un desayuno consistente,
rematamos la faena llegando hasta donde pudimos con el collage de Papanoeles
digno de la rabia más profusa de Mr. Scrooge, y cuando sonaron las 15:00 horas
del Domingo en un estado de euforia absoluta, llegó el temido momento del
recuento. Se acercó un señor que parecía sacado de la Mansión de los Plaff y
nos pidió desmontar el puzzle y contar las piezas por montones de diez. Susana
Domínguez le sugirió contar las piezas sin montar, más que nada, porque eran
500 y no 1500, pero el señor con un escueto “C’est le reglement” insistió en
arrastrar el piano a la silla. Lo que siguió después fue un festival de
irregularidades más grande que el arbitraje de Ovrebo en el Chelsea-Barcelona,
con montones de diez que se contaban dos veces, con montones de nueve que eran
de diez, con piezas de un montón que se desparramaban encima de otro…y el
hombre, passant de tout un kilo. En fin, que quedamos en un honroso puesto 26
de 124 participantes, que no está absolutamente nada mal.
Después de la entrega de premios y
las despedidas generales, la vuelta a Lovaina del Domingo – gran parte de la
expedición hacía noche en esa ciudad - fue la demostración de que el cuerpo
humano, cuando quiere, puede poner el modo de ahorro de energía y limitarse a
respirar y comer. Desde la salida del Marché Couvert hasta la cama de mi
habitación-buhardilla del Hotel Getaway Inn, solamente recuerdo dar cabezadas
por todas partes, con un doner-kebab en el centro de Lovaina como cena para
echar combustible a un estómago lastrado por una alimentación pizzera y
galletera. Ni siquiera pude comprobar si la grieta de la pizzería que visitamos
el año pasado había sido reparada, porque el establecimiento había pasado a ser
un restaurante japonés, y después del puzzle de 500 piezas del sushi que abrió
el concurso, antes preferíamos comernos las piezas que cenar esas pijadas
provocahambre. El ascensor asesino del párking de Bruselas esta vez no tuvo
oportunidad alguna de hacer de las suyas. Ni siquiera nos subimos a él. En esta
ocasión el papel psicópata pasó a la escalera del Hotel Getaway Inn, que al más
puro estilo de las mejores escenas de las películas de Hitchcock, en dos
ocasiones, intentó provocarme un esguince de tobillo y otro de rodilla. Por
suerte, falló estrepitosamente, no sin provocarme un intenso dolor durante
varios minutos.
En la visita de rigor a Bruselas, nos enteramos
por la prensa local de la visita inminente de Carles Puigdemont. Por ello, decidimos
volver a toda prisa al aeropuerto, no sin antes rematar el viaje con la última
anécdota. Un nativo se dio cuenta de mi acento español y me pregunto:
Belga: “¿De dónde son ustedes?”
ADM: “De Cataluña, en España.”
Belga: “¿Cataluña? Buffff!!!! Pero…¿qué
pasa ahí? Nosotros oímos muchas cosas, pero no tenemos ni idea.”
ADM: “No crea que sé más que
ustedes. Ni siquiera los políticos lo saben”.
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