viernes, 8 de diciembre de 2017

13. I Torneig de Puzzles Pineda de Mar (12/11/2017)



La última vez que estuve en Pineda de Mar fue en un Sábado lluvioso de Marzo de 2015, en el que me tocó ir a hacer una visita profesional a un ático con una sala de 40 metros cuadrados dedicados exclusivamente a gimnasio. Desde entonces, no había salido ningún cliente por los alrededores de la meca del primer festival de Rock Catalán (Canet 1976 para los neófitos, algo así como el Woodstock del consorcio Maresme-Costa Brava), así que el nacimiento de un nuevo concurso de puzzles en Cataluña – la oferta anual ha subido a once certámenes – era una buena excusa para ver si el Mediterráneo seguía en su sitio.

Después de formar pareja puzzlera con Jimena Gordillo después de dos bajas por motivos profesionales y por motivos de salud de las concursantes anteriores, y con la bocina tocando encima de la lista de inscritos, nos plantamos el clan catalán casi al completo en Pineda y se asaltó la cafetería del restaurante en el cual se iba a celebrar el concurso, “La Cantonada”. Varios participantes del #puzzleviajero2, viajeros de Hannut, acompañantes, niños y perros dieron vida a un entorno costero que ya experimentaba el efecto que tan bien describieron Els Pets en su disco clásico titulado “Agost”: “el Agosto que describimos es el que nos gustaría vivir cuando hace frío). Mientras, los organizadores estaban colocando los puzzles sobre las mesas envuelto en unas bolsas de papel marrón. Por lo tanto, no se podía ver la imagen ni dedicar los pocos minutos de cortesía y charla preconcurso a labrar una estrategia. Finalmente, tocó irse todos a sus puestos. Jimena palpó la caja y sentenció: “Éste es un puzzle de los de piezas grandes”. Menuda vista. Cuando se dio el pistoletazo de salida, efectivamente, teníamos ante nuestros ojos un puzzle del mismo formato del del Campeonato de España 2016, así que solamente en esto teníamos algo ganado, al estar familiarizados los dos con las piezas. La imagen era la de un cachorro de perro tumbado en una sillita sobre un césped con un fondo de vegetación borroso. Decidimos sobre la marcha no montar los bordes y separar exclusivamente por colores. Jimena el perro y el fondo de vegetación, yo el resto. 

Pienso que cuando los bordes de un puzzle son muy homogéneos en color no conviene empezar por ellos, porque no se tienen más referencias para situarlos que un saliente o un entrante, y se puede perder bastante tiempo al principio en una tarea que si se deja para el final resultaría más fácil al estar montadas muchas piezas del rectángulo adyacente al borde. Por tanto: si los bordes son un crisol de colores o fácilmente divisibles en zonas de pequeños grupos de piezas, entonces sí podemos montar primero el marco. Pero si de las 86 piezas que conforman el marco tenemos la mitad o más de un color, es más recomendable empezar por unir zonas del interior de puzzle de igual color, se encuentren en la zona donde se encuentren. Ojo: eso no quiere decir que no se separen los bordes. Hay que hacerlo porque forman un “minipuzzle” más (el término es del Campeón de España Fernando Iglesias). Separar sí, montar, depende.

Con esta estrategia y una clara división del trabajo nos fue muy bien y acabamos los primeros con un tiempo de 43 minutos, seguidos de la pareja de Nazaret y Francisco Peña con 65 minutos y con 72 minutos, el dúo compuesto por Né Traoré y Quim Faig, que no se pierden un solo concurso. Destacar que la pareja residente en Andorra de Meri Quintana y Javier Parra se quedaron a una pieza de los terceros. Al parecer, la díscola pieza se les cayó al suelo y se coló por una grieta del entarimado, lo que les hizo perder un tiempo precioso.

En definitiva, una gran mañana de concurso y paralelo a él, una pequeña ludoteca que labró cantera entre muchos infantes asistentes. A ver si entre ellos está el futuro Campeón de España y se puede hacer frente a los titanes de Soria, Obanos, Sonseca o Algeciras, que están competitivamente intratables.
La última pieza

12. Las 24 horas de Hannut (28-29/10/2016, Hannut-Bélgica)




Imagínense que están en un avión con todos los pasajeros dispuestos para despegar. Todo el mundo agazapado en sus asientos, pero el aparato no se mueve. Ni siquiera las azafatas han representado los juegos malabares para enseñar los métodos de evacuación al aire, porque es sabido que nadie hace puñetero caso a este acto hasta que pasan cosas como lo del Coloso en Llamas o la Aventura del Poseidón. Tampoco se ha obligado por megafonía a apagar los móviles. El retraso es de diez minutos. El sobrecargo avisa por megafonía “estamos esperando a un pasajero, el vuelo se retrasará”. Decido encender el móvil de nuevo. Con estupor, leo en todas partes que se ha declarado la República Catalana a las 16:44, un minuto atrás. El avión sigue quieto. El pasajero no aparece. El sobrecargo vuelve a avisar “seguimos esperando a un pasajero, el vuelo se retrasará diez minutos más”. Comienzo a recordar lo que me ocurrió en el Puente de Diciembre de 2010 cuando mi vuelo a Tenerife fue literalmente el último en salir de El Prat antes de declararse la huelga de controladores que paralizó las vacaciones de media España. También me acordé de dos semanas atrás, cuando el coitos interruptus de Puigdemont con su no-declaración de independencia me cogió aparcando y apagué la radio justo antes de que suspendiese la declaración. Estaba claro que el despegue hacia Bélgica pendía de un hilo, y mientras me mentalizaba de que Hannut podía irse por el desagüe, para distraer los nervios, me puse a tararear entera la Quinta Sinfonía de Ludwig Van – que dirían los Nikis -, una de las piezas musicales que extrañamente recuerdo casi como si fuese un Karajan de la vida. Finalmente, con el Allegro del tercer movimiento entró en el avión el pasajero faltante, que no sabía ni a dónde mirar, se escondió en su asiento, los motores rugieron y el aeroplano despegó, dejando atrás la nueva república catalana, la nueva Isla de La Fantasía en la que muchas familias irían a pasárselo en grande. Respiré. Tres días lejos de esa vorágine valen más que cualquier balneario. Y no todos los días se declara una república dentro de un avión.


Corramos un fundido hasta el sábado al mediodía, ya en la ciudad de Hannut, la Shangri-La puzzlera, ese Horizonte Perdido o el Paraíso en el cual durante veinticuatro horas el mundo deja de ser un mundo loco y se transforma en otro más loco, desglosado en el más de millón de piezas que encajarán los 124 equipos que disputan el Campeonato Europeo por Equipos de Puzzles. He aquí que me hallaba en dirección el Carrefour en busca de provisiones glucémicas para la noche con la expedición entera de los dos equipos de la AEPUZZ (Asociación Española de Puzzles), y reconocí al instante la figura del mastermind del World Puzzle Days, Günther Simetsberger. A escasos metros de él, lo llamé por su nombre. Me miró como si hubiese visto un fantasma, de los de sábana blanca, como el Balulún del Osito Misha o los cuatro acosadores sexuales de Pac-Man. Horas más tarde, ya en plena competición, me comentó: “Por Facebook esperaba que fueses más alto”. Lo que es sacarse fotos siguiendo consejos de expertos en postureo.

En lo que se refiere al concurso propiamente dicho, fue ganado por el Siberian Team, una especie de combo de autómatas que parecían la selección rusa de fútbol de los años 80 entrenada por Valeri Lobanovsky, una máquina de triturar rivales con Igor Belanov, Oleg Protassov o Rinat Dasaev de estandartes. ¿Se acuerdan? Pues imagínense ese mismo equipo – casi el Dinamo de Kiev – en versión puzzle, una cadena de montaje perfecta, cuyos componentes seguramente conocían y habían montado ya gran parte de los puzzles del concurso con anterioridad. Recordemos que es habitual en los equipos rusos que algún patrocinador les surta con todas las novedades del año y así puedan ensayarlas en casa para reducir en Hannut los tiempos de montaje. Yo formaba parte del AEPUZZ A, con la siguiente alineación:

Jaxeline Blanco (Málaga)
Alejandro Darias (Santa Cruz de Tenerife / Vulcano)
Susana Domínguez (Jerez de La Frontera)
Alba Navarro (Manresa)
Javier Parra (Andorra)
Meritxell Quintana (Andorra)
Pilar Varela (Viladecans)

Y se montaron siete puzzles completos y 1430 piezas de un octavo de 2000. Entre paréntesis, anotamos el tiempo de montaje y la hora de finalización del mismo.

Puzzle nº 2, 1000 piezas, “Monigotada histórica de Van Eesteren” (2h 17’ / Sábado 18:03)
Puzzle nº 3, 1000 piezas, “Muñeca Adele” (1h 33’ / Sábado 19:36)
Puzzle nº 4, 1000 piezas, “Los pájaros coloridos. El Loro Parque psicótico” (3h 13’ / Sábado 22:49)
Puzzle nº 5, 1000 piezas, “El Coliseo romano” (2h 06’ / Domingo 00:55)
Puzzle nº 6, 1000 piezas, “Band of thunder bis” (2h 43’ / Sábado 03:38)
Puzzle nº 7, 1500 piezas, “Monigotada playera de Van Eesteren” (5h 36’ / Domingo 09:14)
Puzzle nº 8, 2000 piezas, “Papanoeles esquizofrénicos” (1430 piezas / Domingo 15:00)

El primer puzzle se montó con presteza, aunque las zonas negras del borde padecieron el efecto Educa. Había piezas que parecía que encajaban en varios sitios a la vez. Pero empezamos entre los quince primeros, lo que nos daba un buen impulso. El segundo puzzle también fue bien, aunque la monigotada habitual del dibujante Van Eesteren suele provocar que se tenga que montar gran parte del puzzle mirando la imagen de la caja en una labor de picar piedra. Continuaron las cosas sobre ruedas con el tercer puzzle de la muñeca Adele, muy divisible en zonas, coser y cantar para cualquier puzzlero que se precie. Y entonces llegó el primer murazo del torneo. Un puzzle repleto de pájaros, aves de carroña y papagayos que parecía la concentración en 1000 piezas del famoso “Vida salvaje” de Educa. Los miles de colores hacían imposible cualquier clasificación y el puzzle se tuvo que montar a pelo con paciencia infinita. Momento ideal para desertar a por unas albóndigas con salsa y una sopa de cebolla. Cuando parecía que quedaban doscientas piezas, pues se hacía paradójicamente más complicado seguirlo, como si el estar acabando el puzzle fuese un lastre más para finalizarlo. Jocosamente comentaba durante el concurso que el momento más difícil de la entrega de los proyectos de arquitectura es cuando mandas a imprimir todos los planos a última hora y deseas que no salga ninguna cagada, o mejor aún, ni miras lo que escupe el plotter y pliegas los planos mirando a Cuenca. El quinto puzzle nos recuperó bastante, con el paraíso gatuno romano como protagonista, el Coliseo, ese estadio que fue parcialmente rapiñado para construir otras cositas por ahí en un claro alarde de concienciación ecologista y reutilización de materiales. El sexto puzzle fue muy parecido a uno de la marca Ravensburger que me tocó en el Concurso de Mora d’Ebre de 2015 – y que gané -, una banda de caballos desbocada. La clave, solucionar el lío de patas y el fondo verde. Viendo la cantidad de gente que gastó el comodín en ese puzzle, creo que se finalizó con un muy buen tiempo a las tres y media de la madrugada.

Era obvio a esas alturas que el Tourmalet o triada de los puzzles de 1500-2000-1500 sería nuestra meta, porque nos quedaban poco más de once horas y en los puzzles grandes el coste de tiempo por pieza se multiplica por tres o por cuatro. Otra monigotada de Van Eesteren causó estragos y nos colocó a los albores del temido 2000 con los olores del chocolate del desayuno. Estoy seguro de que si en vez de a Van Eesteren utilizasen las historietas de Francisco Ibáñez para las imágenes, los españoles seríamos campeones indiscutibles. Qué placer montar un 13 Rue del Percebe de 2000 piezas sin tener que buscar en la imagen los personajes, porque cualquiera que se haya criado antes de la generación Millenial sabe quién es Don Hurón, Don Sesén o el timador del ático. Después del puzzle de las dunas plagadas de camellos y demás machanguitos producto de la imaginación de Van Eesteren, me retiré a desayunar. Por el camino, me encontré a Günther Simetsberger, que recordemos que dormía en su coche, como el protagonista de “El cielo se equivocó”. Hablando de nuestras cosas, nos plantamos en el tenderete de venta de vales para el restaurante…

ADM: “¿Me da catorce tickets, por favor?”
Ticketero: “¿Voulez-vous sangría?”
Günther: “¿Sangría? ¿Qué dice este hombre? No entiendo el idioma de esta gente.”
Ticketero: “Vous etes espagnols?”
ADM: “Yo soy español, español, español. ¿Cómo lo supo?”
Ticketero, señalando la camiseta de Spain Puzzle Team: “La chemise!”
ADM: “Ostia, es verdad. Podría llevar la zamarra del Real Madrid y haberme olvidado también.”
Günther, dándose la vuelta y ensañando su nombre impreso en la camiseta: “Ich bin Österreicher!”

Después de un desayuno consistente, rematamos la faena llegando hasta donde pudimos con el collage de Papanoeles digno de la rabia más profusa de Mr. Scrooge, y cuando sonaron las 15:00 horas del Domingo en un estado de euforia absoluta, llegó el temido momento del recuento. Se acercó un señor que parecía sacado de la Mansión de los Plaff y nos pidió desmontar el puzzle y contar las piezas por montones de diez. Susana Domínguez le sugirió contar las piezas sin montar, más que nada, porque eran 500 y no 1500, pero el señor con un escueto “C’est le reglement” insistió en arrastrar el piano a la silla. Lo que siguió después fue un festival de irregularidades más grande que el arbitraje de Ovrebo en el Chelsea-Barcelona, con montones de diez que se contaban dos veces, con montones de nueve que eran de diez, con piezas de un montón que se desparramaban encima de otro…y el hombre, passant de tout un kilo. En fin, que quedamos en un honroso puesto 26 de 124 participantes, que no está absolutamente nada mal.

Después de la entrega de premios y las despedidas generales, la vuelta a Lovaina del Domingo – gran parte de la expedición hacía noche en esa ciudad - fue la demostración de que el cuerpo humano, cuando quiere, puede poner el modo de ahorro de energía y limitarse a respirar y comer. Desde la salida del Marché Couvert hasta la cama de mi habitación-buhardilla del Hotel Getaway Inn, solamente recuerdo dar cabezadas por todas partes, con un doner-kebab en el centro de Lovaina como cena para echar combustible a un estómago lastrado por una alimentación pizzera y galletera. Ni siquiera pude comprobar si la grieta de la pizzería que visitamos el año pasado había sido reparada, porque el establecimiento había pasado a ser un restaurante japonés, y después del puzzle de 500 piezas del sushi que abrió el concurso, antes preferíamos comernos las piezas que cenar esas pijadas provocahambre. El ascensor asesino del párking de Bruselas esta vez no tuvo oportunidad alguna de hacer de las suyas. Ni siquiera nos subimos a él. En esta ocasión el papel psicópata pasó a la escalera del Hotel Getaway Inn, que al más puro estilo de las mejores escenas de las películas de Hitchcock, en dos ocasiones, intentó provocarme un esguince de tobillo y otro de rodilla. Por suerte, falló estrepitosamente, no sin provocarme un intenso dolor durante varios minutos. 

En la visita de rigor a Bruselas, nos enteramos por la prensa local de la visita inminente de Carles Puigdemont. Por ello, decidimos volver a toda prisa al aeropuerto, no sin antes rematar el viaje con la última anécdota. Un nativo se dio cuenta de mi acento español y me pregunto:

Belga: “¿De dónde son ustedes?”
ADM: “De Cataluña, en España.”
Belga: “¿Cataluña? Buffff!!!! Pero…¿qué pasa ahí? Nosotros oímos muchas cosas, pero no tenemos ni idea.”
ADM: “No crea que sé más que ustedes. Ni siquiera los políticos lo saben”.
Puzzle nº 1
Puzzle nº 2
Puzzle nº 3
Puzzle nº 4
Puzzle nº 5
Puzzle nº 6
Puzzle nº 7
Puzzle nº 8